Artículo aparecido en el diario Rio Negro, 7 de noviembre 2004, sección Cultura y Espectáculos.

 

                  Otro Gandini atrapado por el arte

Norberto Gandini estaba destinado a ser escribano por mandato familiar, pero la trompeta le abrió otros caminos.



Trashumante, dibujante ante todo, trompetista atrapado por el jazz, buceador de la razón de ser del humano, de la trascendencia.

Porteño, nacido en Caballito, Norberto es hermano menor del pianista Gerardo Gandini, que desde muy chico ya era el músico de la familia, por lo que él cargó durante un tiempo el mandato de seguir los pasos del padre escribano.

Pero a los 11 años, en la oscuridad de una sala de cine se gestó un destino distinto. En la pantalla se proyectaba "Luz y sombra", una película sobre la vida de un trompetista blanco algo comercial y acaramelado, pero que en ese momento marcó a Norberto.

A pesar de que a sus padres no les gustaba mucho el tema, un tío le regaló una trompeta y escuchando discos y decodificando nota a nota aparecieron Louis Armstrong, King Oliver, Clarence Williams y tantos otros. Así, autodidacta completo, fue apareciendo su lenguaje en la trompeta.

Primero fueron unas bandas con amigos de barrio, y ya a los 17, en 1957 entró en la "Guardia vieja". Después se casó, fue a Alemania con varios músicos con la idea de tocar en los clubs de jazz de Berlín, pero al no tener permisos de trabajo terminaron lavando los platos "de contrabando" en el casino de oficiales del ejército norteamericano, hasta que les mandaron los pasajes de vuelta.

Pero en Alemania nació la punta de otro rumbo en su vida, que marcó indirectamente la llegada de su otra pasión. En el viejo continente compró su primer equipo fotográfico, y ya de vuelta en Buenos Aires entró en la agencia de publicidad del grupo Di Tella como fotógrafo; en el departamento de arte conoció gente como Rómulo Macchió, y allí, en ese medio efervescente, empezó a garabatear.

La música seguía con la "Porteña Jazz Band", una propuesta que hablaba el idioma del jazz desde un lenguaje propio, que dejó como legado tres discos y un espacio abierto para el horizonte del género en la Argentina, forjado en los sótanos del Cine Arte, y en el local "Gotán" del "Tata" Cedrón, donde coincidían con el quinteto de Piazzolla y el grupo del dueño de casa.

Justamente el hermano del Tata, el plástico Alberto Cedrón, fue quien en su casa lo invitó como en un juego a dibujar, y al ver los resultados lo alentó a seguir ese camino.

Su primer conjunto fue una serie absurda de personajes que se suicidaban -desde un empresario hasta la luna, pasando por cualquier objeto-, que el escritor y crítico Julio Llinás –directivo del Instituto Di Tella-, rescató y le organizó una primera muestra a la que luego siguieron otras.

A partir del '65, vivió una época muy bohemia donde a la vez el ambiente político s enrarecía: "Yo era más bohemio y mi mujer más política, militaba, siempre tenía algún refugiado en mi departamento; yo me fui a buscar paz y terminé en Ibiza". En Europa otra vez, conoció a su segunda esposa Raquel y allí nació su primera hija.

A partir de allí se sucedieron idas y vueltas sin fin. Regreso a Buenos Aires, traslado a Bariloche, salto a San Pablo -Brasil-, El Bolsón, Viedma, Tierra del Fuego, nuevos regresos y partidas, hasta llegar a Viedma otra vez a fines del 2003. En el medio de tanto kilometraje quedan una casa construida, bandas de jazz, las pesadas carpetas de dibujos que se van engrosando, hijos y parejas.

El recuento lo encuentra con la trompeta en espera –"es difícil encontrar con quién armar toda una banda de jazz"-, los dedos desgranando viejos blues en un teclado, y la certeza de haber encontrado en el regreso al dibujo en blanco y negro, sólo la tinta buscando su forma en el papel, una obra que trascienda el hecho casual o fortuito de una exposición.

 

Ignacio Artola

 

 

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