Hair en Argentina y los hippies en El Bolsón, por Mario Rabey

 
Era el otoño de 1971, y la Argentina formal, la del núcleo cultural duro, seguía regida por los militares, aunque luego del rápido reemplazo de Onganía por Livingston, ahora estaba de dictador el General Lanusse, que compartía la escena con una creciente revuelta estudiantil y obrera, signada por la izquierdización y la peronización. Entonces, la contracultura hippie parecía en camino a la cooptación. El afiche está tomado de un artículo reciente. El empresario Alejandro Romay (dueño de Canal 9 y del Teatro Argentino, en Bartolomé Mitre al 1400, donde se representó la obra) y Daniel Tinayre se lanzaron a producir la Opera Rock Hair. Hair se había estrenado en un pequeño local en Manhattan, en 1967, en pleno auge del hippismo, había pasado al off-Broadway y en 1968 ya estaba en un teatro en Broadway, donde se mantuvo varios años. La contracultura de fines de los 60 y el hippismo en particular aparecen en la tensión entre la autenticidad cultural y la cooptación, un camino que tuvo como momentos culminantes el estreno de Hair en Boradway y el Festival de Woodstock en 1969.

Romay y Tinaire llamaron a algunos artistas que habían participado en el Di Tella (Roberto Villanueva y Marilú Marini, entre otros), para adaptar y musicalizar la obra, y contratan para representarla en Buenos Aires a un grupo de jóvenes, entre los cuales yo recuerdo a algunos de los primeros hippies de Buenos Aires, como Sergio Makaroff y Horacio Fontova. Estaba también Cris, la novia de Luis Alberto Spinetta y Teresa Bogdan, que había sido mi pareja un par de años atrás. Varios de ellos habían armado un bunker en un hotel de Bartolomé Mitre y Uruguay, donde algunos vivían, y donde nos juntábamos con diversos amigos, como los hermanos Lafleur, entre otros.

Los hermanos Rafael Lafleur y Alejandro Lafleur eran dos personajes muy interesantes, creativos y simpáticos, a los que conocí allí. Rafael tuvo la idea de ir a hacer una comunidad en El Bolsón. Él había estado antes allí, donde conoció a un pintor llamado Chatruc, que tenía una casa bastante amplia, con un gran ambiente sin divisiones, a orillas del río Quemquemtreu, que ofreció para la experiencia comunitaria. Rafael describía el lugar con mucha precisión y lo fue construyendo en su relato como un destino mítico. Varios de los integrantes de la troupe de Hair se engancharon con la idea. Se sumó más gente, se compró una cierta cantidad de bolsas (de veinte kilos, creo) de arroz integral , otros ingredientes macrobióticos básicos (la dieta hippie por antonomasia) y artefactos de cocina. Un día, se compraron los pasajes y el grupo se fue para El Bolsón.

Se aplicaba la letra de un blues de Javier Martínez -que en su momento se había referido a una quinta en Monte Grande, en el sur del Gran Buenos Aires, pero que ahora se resignificaba para el sur del país-:

Una casa con diez pinos,
en el sur hay un lugar,
ahora mismo voy allá,
porque ya no puedo más,
vivir en la ciudad [...]
 

Un año en El Bolsón y otros recorridos

Yo me hice una amiga y me fui para El Bolsón unas semanas después de la partida del primer grupo. Recuerdo que fuimos en el tren que iba a Bariloche, y de ahí en ómnibus hasta El Bolsón, donde no nos fue difícil encontrar a nuestros amigos, preguntando por la casa de Chatruc a orillas del río Quemquemtreu.

El lugar era realmente fantástico, y pese a que recién estaba terminando el invierno, el sol y lo benigno del clima nos hacían sentir en primavera. La casa era de madera y tenía un gran ambiente donde dormíamos todos, sobre colchonetas y bolsas de dormir. Había una salamandra que manteníamos prendida toda la noche. Había una cocina a leña, donde se cocinaba para todos.
Con Rafael, Alejandro y algunos más, nos pusimos a hacer una huerta, con lo que pronto empezaron a crecer vegetales frescos para completar la dieta. Rafael además dibujaba, Alejandro Lafleur, Alejandro Marassi, Diego Villanueva y algún otro componían y tocaban música. Era una bella primavera la de 1971 en la comunidad hippie de El Bolsón.

Al poco tiempo, no recuerdo bien por qué, nos fuimos de la casa de Chatruc a un aserradero abandonado que quedaba en un lugar más inhóspito, aunque también mucho más hermoso. Para llegar a ese lugar, había que ir hacia el oeste, cruzar la Loma del Medio, y subir por la margen izquierda del río Azul. Me acuerdo especialmente del trabajo que hubo que hacer para arreglar el techo, con tejuelas de ciprés.

De allí, con una amiga, un día nos subirmos a dos caballos y nos fuimos de viaje -en una travesía que duró unas dos semanas- hasta Plottier, un pueblo pocos kilómetros río arriba de Neuquén en las riberas del río Limay. Allí paramos en la finca de un tío de Diego, que cultivaba manzanas y para el cual nos quedamos trabajando en la cosecha.

El viaje fue maravilloso. De El Bolsón salimos hacia el este y luego hacia el noreste, bordeando el río Limay, buscando evitar Bariloche y la ruta principal. Siempre por caminos de tierra, íbamos en jornadas de unos 40 kilómetros por día, parando en casas, puestos, estancias y a veces al aire libre. Estábamos a fines de la primavera de 1971, el clima era hermoso, nosotros muy jóvenes y ¡viajábamos a caballo!

De la cosecha de la manzana, después pasamos a la cosecha de la uva, en distintas fincas. Estuvimos por ahí al menos hasta principios de abril.

De ahí, con la plata de la cosecha, me fui a Buenos Aires en ómnibus. Desde allí volví a salir para un lugar que se llama Monte Comán donde una amiga, Bárbara, tenía unas tierras, donde pensábamos que se podía armar una nueva comunidad. No resultó interesante, de ahí me fui para el lado de El Bolsón, de nuevo. Pero antes de llegar me encontré con la rarísima historia de que los miembros de la comunidad se habían ido -junto con una pareja de norteamericanos, en una carpa de circo-, para el lado de Villa La Angostura. Allí fui, llegué de noche, ya era fines del otoño y hacía mucho frío. Fui a pedirle alojamiento al cura, que me indicó que las monjas de un convento cercano me podían alojar. Allí fui entonces, conseguí albergue y comida; yo cortaba leña para las hermanitas y unos días después me volví a Buenos Aires.

Sentía que estaba volviendo a la civilización.

                                                                                                                                                             Mario Rabey

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